La Basura ‘cuento ‘
Hay una hora en el día, incierta e imprecisa, incalculable.
A esa hora, por ejemplo, resulta molesto conducir vehículos, la visión es dificultosa y los ojos tardan en acostumbrarse a la obscuridad, cuando ésta define a la noche en su magnitud.
Es como si los últimos fragmentos vidriosos de la luz al desintegrarse, se debatieran en lucha resistiéndose a ser absorbidos por el avasallamiento de las sombras.
Saben de esa hora los pájaros cuando acallan sus trinos y buscan un lugar en el interior de la fronda, López la llamaba…hora de los caranchos…porque es cuando salen los hombres y mujeres con sus carritos para recoger lo que otros tiran. El los veía aparecer en horarios que parecían sincronizados y reglamentados, le sorprendía que ninguno de ellos molestara a otros en su recorrido.
Los imaginaba emergiendo desde los extramuros, más allá del asfalto y de la tierra apisonada, cerca de la costa del río, a veces creía ver en ellos a los últimos indios que trasponían fronteras en disciplinado malón.
Admiraba de ellos su agudeza visual y aquella forma de adivinar el contenido de las bolsas. Nunca se detenían frente a la enfermería ni en el taller mecánico.
A veces, palpando simplemente, se llevaban bolsas pequeñas y rechazaban otras de mayor tamaño….tienen cancha…pensaba López.
Una vez pudo comprobar la solidaridad que existe entre ellos al observar que cerca de la esquina habían dejado un lavarropas: en el instante en que un muchacho se detenía para revisarlo y al tener su carro casi desbordado, lo vio silbar de una manera especial, al rato apareció un hombre con un carro casi vacío, entre ambos cargaron el lavarropas y luego se separaron, casi sin dirigirse la palabra.
Dónde se encontraba aquel hombre para presentarse con tanta rapidez?
Acaso atisbaba desde algún hueco o escondite? Tendrían todos un ayudante oculto?
-Tienen apoyo logístico, actúan como si fueran una organización-, dijo una vez en una reunión y con cierta intranquilidad.
Entonces recordó con asombro cuando allá por 1973 pensaron en agremiarse y para reunirse por primera vez lo hicieron en el Paraninfo de la Universidad.
Una noche mientras cocinaba en su quinta, un amigo le dijo:-Te imaginás si a alguien se le ocurre adoctrinarlos con un buen verso, les da fierros y los lanza contra nosotros?... Y esto que pareció un broma o simpleza fue muy tomado en serio por él, al recordar que a fines de los años ochenta se produjeron varias puebladas y luego de romper vidrios y persianas, se llevaron mercadería, balanzas y otras cosas.
Cierta tarde, a esa hora vacilante, notó que dos puertas más allá de su casa, un muchacho abría los bollos de papel, luego de alisarlos sobre una pierna, los leía y después de una selección guardaba algunos dentro de una revista.
Alguna vez había leído cuando le revisaron la basura a Henry Kissinger y dieron a publicidad ciertos datos de su vida privada.
-Hay caranchos que investigan la vida de las personas y trabajan para alguien-,pensó atemorizado, entonces recién vinieron a su memoria los resúmenes de su cuenta bancaria que acostumbraba a tirar, cartas, borradores de asientos contables relacionados con dinero que sustraía de la empresa en la cual era Jefe de Compras, y comenzó a sentir que el miedo lo estaba habitando.
El muchacho sacó un celular de entre sus ropas e hizo una llamada, tenía la cabeza inclinada hacia delante, y al advertir que debajo de su gorro con la inscripción OHIO sus ojos lo estaban observando, sintió algo parecido a una parálisis y su corazón comenzó a latir en forma acelerada.
López tenía a su cargo dos empleados que eran estudiantes, y una dactilógrafa bilingüe.
Un día llegó a la oficina una mujer que por su forma de expresarse y modo de actuar, hacía suponer que había sido contratada para tareas específicas, sin embargo, debieron enseñarle los principios más elementales relacionados con trabajos que se realizan en una oficina.
Al poco tiempo cebaba mates por determinación propia, cuando López habló respecto a ello con el Gerente, recibió como respuesta que nada de malo había en aquello siempre que el trabajo se hiciera.
La mujer entraba con familiaridad, cerraba la puerta y miraba con aires de suficiencia.
Teniendo en cuenta el trato que dispensaba a sus empleados, capacitados y con criterio para discernir, dotados de sentido común, López no comprendía el porqué de la presencia de aquella mujer realizando tareas en la empresa.
Una tarde no pudo rehusar un mate….calientito…que ella le ofreció casi como apuntándolo con la bombilla, tampoco pudo dejar de responder a aquella pregunta:-Qué tal quedó la lancha? Trabajan bien en Materplaster, pero dos palos por un parche!
El había salido con su amante y sufrió un accidente que logró ocultar, sintió como si estando en el baño de su casa lo observaran desde afuera, pero una llamada salvadora le evitó aquella respuesta.
Otro día llamó a la farmacia para pedir un remedio, confundió el nombre con uno que tomaba su esposa, la mujer se le acercó y casi susurrando le dijo:-Terloc…..
Aquella breve palabra produjo en él un sacudón.
Tenía problemas cardíacos y evitaba discusiones, pero le costó disimular su sorpresa y ocultar el nerviosismo que aquella actitud despertó en él.
Fue a partir de aquella vez que vio al muchacho, que decidió quemar los papeles comprometedores, logró cierta tranquilidad luego de haber tomado aquellas medidas de seguridad, mas no todo habría de terminar con ellas.
Una mañana debió sentir el dardo de una pregunta cuando ella casi sin abrir la boca y en un tono como de falsete lo sorprendió:--En su casa tienen lavarropas automático, no es cierto?
El respondía y sabía que no podía mentir, se imaginaba frente al detector de mentiras, pero sentía una lucha interior y hasta deseos de matar.
Y continuaron aquellos ingenuos interrogatorios relacionados con pequeñeces.
A veces se relacionaban con las cajitas vacías de maní con chocolate, otras veces se referían al empleo de jabón de lavar que no era de baja espuma, nada había de malo en responder que realmente su familia consumía todo aquello.
Otras veces debía explicar el porqué de aquella cajita de vino en medio de tantas botellas de pico largo, todo era tan simple y cierto que nada había para ocultar.
López creyó que alguna vez aquellas rendiciones de cuentas habrían de terminar, fue cuando decidió clasificar la basura y repartirla en dos bolsas, a una la dejó frente a su casa, a la otra la llevó a la vuelta.
Ella no tardó en preguntarle:-Así que el flaco desocupado del tapial cremita ahora fuma importados y compra aceite de oliva de la primera prensada?
Y así, entre tantos controles y en momentos en que había presentimientos de sangre en medio de tanta paciencia que parecía llegar a su límite, ocurrió algo que habría de ser el desenlace.
Fue una tarde helada, sin pájaros ni sol, a los fresnos de la vereda les habían municipalmente amputado sus ramas, sin gente por las calles.
Cuando se acercaba aquel carrito de todos los días y casi a la misma hora, López recordó algo y salió corriendo hacia la calle para rescatar la bolsa, pero el muchacho ya la tenía en su poder y lo miraba con desprecio, erguido y con señorío de mayoral, con las riendas en la mano, dueño absoluto de la basura y de las intimidades de su familia y de su casa.
En forma violenta vinieron a su memoria el recuerdo de aquella vez cuando corrió veinte metros al tranvía en marcha y logró trepar, o aquella vez cuando corrió treinta metros al tren a lo lardo del andén, vestido de infante de Marina, el andén ya se terminaba y un soldado le dio la mano y lo levantó hacia el vagón.
Pero el muchacho fustigó al caballo, López cayó al suelo y quedó tendido, el carrito dobló en la esquina y se perdió, tal vez más allá del asfalto y de la tierra apisonada, cerca de la costa del río…
Doña Genoveva fue la persona que lo vio tirado, y antes del dictamen del forense, nos enteramos por ella que….no debió salir de su casa en un día como el de hoy, estos fríos son terribles para los enfermos del corazón…..
Este cuento intervino en el Certamen de Poesía y Cuento Breve, organizado por UPCN, Secretaría de Capacitación y Rediseño del Estado, Departamento de Cultura, en 1999,en homenaje al Centenario de Jorge Luis Borges y José Pedroni, obteniendo el primer premio.