Mis manos
Dedos flacos, robustas ramas,
madera, astillas, corteza,
río en la veta sanguínea.
Los miro hacerse polvo,
abrirse y dejar correr su savia
la de mis dedos heridos,
gastados, fundidos, acariciantes.
Dedos de manos
incapaces de empuñar el hacha,
marionetas de la esencia inquieta,
resucitadoras de la veta muerta,
sanguínea,
manos de venas henchidas,
por dónde corren ríos de savia,
de néctar, de resina.
Manos de padre y amante,
de artesano, de poeta,
manos escarbando la tierra,
de puño abigarrado,
cobardes y trémulas.
Manos,
virtud y condena
dando vida a un trozo muerto
de madera que jamás
será cruz.
Manos armando
rompecabezas de letras
arrumbados en los baúles
de la angustia,
jugando con palabras robadas
de las bellas páginas
que distraídamente
portan esas almas
refulgentes, deslumbradoras.
Estas manos,
tejedoras de mis caminos,
hacedoras de lo que no hubo,
agradecidas de haber sido paridas
de haber sido vistas
en la plenitud del dolor oscuro.
Manos,
costilla herida de una madre
que no supo nacer,
de un padre ciego
deambulando en lo umbrío.
Manos,
surcadas por la veta sanguínea,
derramando sabia, néctar,
manos al fin por mí besadas,
manos de astilla,
de madera vuelta a la vida.